Si les gusta el humor jardielesco, lo encontrarán bien servido, especialmente en el duelo artístico y a pistola entre un Jacobo Dicenta sembrado y un Chete Lera que manda en el escenario sin imponerse a nadie. Luis Perezagua, gran actor de carácter, también está en el estilo justo, y la joven Carolina Lapausa le arranca paulatinamente momentos de brillante ingenuidad a su papel estelar.
Angelina es un patchwork de alusiones al Tenorio, al teatro decimonónico, al acervo popular (una habanera, un verso de un pasodoble célebre...) e incluso al final de Divinas palabras, cuando el capellán, soltando un latinajo ininteligible, cambia el curso de los acontecimientos. Su desenlace inopinado es el reverso exacto del de Los cuernos de don Friolera. Pérez de la Fuente plantea un montaje en consonancia, estilizado y rebosante de citas, conscientes o no: la escena final con el velocípedo gigante a todo tren evoca los montajes con actores y máquinas de Salvador Távora, acompasados como aquí por una banda de cornetas y tambores.